Siento mucho los retrasos, actualizaré el blog de vez en cuando, pero tened paciencia, please:



La vida de un sacerdote en Madrid es algo compleja, hacemos lo que podemos y que Dios ponga el resto. Si quieres contribuir pide a Dios que nos envíe más sacerdotes.

Un fuerte abrazo

jueves, 7 de junio de 2012

¿El Papa está a favor del divorcio?

Algunas personas se han sobresaltado con lo que el Papa dijo en la homilía del EMF en Milán.

Algunos medios de comunicación comentaban que el Papa quiere cambiar la doctrina de la Iglesia sobre el acceso a los sacramentos de personas divorciadas y vueltas a casar (por lo civil, se entiende, esto último).

Por otra parte, algunas personas me han pedido que explique un poco la situación eclesial de estas personas.

Antes de nada, comentar que yo estoy en una situación parecida (¡uy! qué horror un sacerdote divorciado de Dios!). No es eso. Mi hermano mayor se ha divorciado y creo yo que no descartaría volver a casarse, espero que se le quite la tontería, pero bueno. Cuando "sufrió" el divorcio no quería comulgar porque pensaba que el cura le negaría el acceso a la comunión.

Es cierto que la Iglesia no considera "real" el divorcio más que en determinadas circunstancias (los llamados privilegios paulino y petrino) y también podría considerarse asi el llamado matrimonio rato y no consumado.

¿Cómo va a romperse lo que es indisoluble? El divorcio es una ficción jurídica, las personas tenemos la capacidad de entregarnos para siempre (tema de otra entrada que haremos dentro de poco).

¿Qué es el matrimonio rato y no consumado? Es aquel matrimonio en el que se ha celebrado la boda, pero no han llevado a su plenitud la entrega del cuerpo. Esto es, simplificando, se casaron, pero no realizaron el acto sexual.

Por la importancia que tiene para el matrimonio la entrega de la vida, del alma y del cuerpo, se entiende que si no se han unido carnalmente, el "contrato" matrimonial no se ha plenificado o completado y, por eso, pueden romper el papel porque no se han entregado la vida. Así que un conato de matrimonio muere antes de completarse.

Los llamados privilegios petrino y paulino sí son realmente divorcios admitidos por la Iglesia.

¿Cómo puede la Iglesia admitir divorcios? Antes expliquemos en qué consisten estos privilegios para poder luego juzgar la situación.

Imaginaos que no estáis bautizados y os casáis con otra persona no cristiana. En un momento de la vida te conviertes y decides vivir conforme al evangelio, pero la persona con la que te casaste te lo impide. La autoridad del Papa puede romper el matrimonio civil que te ligaba para que puedas practicar con libertad la religión (éste es el paulino).

El privilegio petrino es que si eres un infiel polígamo, estás casado con varias, cuando te conviertes al cristianismo y te bautizas puedes elegir con quién de tus mujeres te quedas o rechazarlas a todas o casarte con otra distinta.

Se entiende que la potestad de la Iglesia y del Romano Pontífice es superior a los efectos del matrimonio civil previo. En el caso del matrimonio polígamo, ni siquiera se entiende como un verdadero matrimonio ya que se rechazan las notas que hacen válido cualquier matrimonio natural (un único matrimonio, para toda la vida y ordenado a la procreación y educación de los hijos), no hablemos ya del sobrenatural...

Visto todo esto, ¿ha cambiado en algo la actitud del Papa sobre los divorciados?

En nada, una persona que se casa y se divorcia no puede volverse a casar con otra distinta porque la Iglesia (fuera de estos privilegios que hemos explicado) no entiende posible la ruptura. Te has casado y vas a seguir casado con esa persona, aunque te divorcies por lo civil.

Imaginaos que uno ha sufrido un divorcio y era la parte inocente. Piensa que tú te has desvivido por sacar adelante el matrimonio, has hecho todo lo posible y aún así tu cónyuge decide irse. ¿Cómo no vas a poder comulgar? Esa persona, mientras sepa que sigue vinculado de por vida con la desgraciada/o que le ha dejado tirado, puede, debe y el Señor está encantado de poder absolverle los pecados y dársele en la comunión. Es el que más necesita a Dios.

Por otro, imagínate que eres el desgraciado que ha dejado tirada a tu mujer o viceversa, pero llega un momento en el que te arrepientes y decides cambiar, pero ¡ay amigo! tu cónyuge ya no quiere volver a tu lado. Tú estás arrepentido y quieres vivir conforme al evangelio. Puedes confesarte, por supuesto, ¡qué más puede querer Dios que el pecador se arrepienta y viva! y una vez confesado también puedes comulgar.

Imaginemos una cosa más, que los dos tenéis la culpa y al final os vais cada uno por vuestra cuenta, pues antes de comulgar tendrás que arrepentirte y confesarte de tus pecados (¿y si no puedo volver si no cambia la persona con la que me casé?). La Iglesia admite la posibilidad de la separación, siempre y cuando entiendas que tu vínculo con tu cónyuge perdura, aunque no podáis volver a convivir. En todo caso, si te arrepientes de tus pecados puedes confesarte y comulgar, por supuesto.

¿Entonces quién es el que no puede comulgar? La persona que una vez que se ha divorciado se case o conviva maritalmente con otra persona distinta de su verdadero cónyuge (aunque se casara por lo civil, la Iglesia nunca considera válido ese segundo matrimonio hasta que muera tu cónyuge real).

¿Por qué no puede comulgar?, ¿está excomulgado?, ¿Ya no forma parte de la Iglesia?

Conviene aclarar lo primero de todo que no está excomulgado: puede participar en grupos de formación, puede y debe venir a Misa, puede rezar y participar públicamente en actividades de la Iglesia... La única razón por la que esta persona no puede recibir los sacramentos es porque vive en pecado.

Imaginaos que yo peco mortalmente (no hace falta mucha imaginación) y no me arrepiento de mi pecado. Pues, no puedo comulgar porque para poder comulgar hace falta ser consciente de a quién recibes; no haber comido una hora antes de comulgar; y estar en gracia. Como estoy en pecado no puedo comulgar. Necesito arrepentirme y confesarme y entonces ya podré comulgar.

Si un cura sabe que estoy en pecado, tiene que darme la comunión porque es un pecado que no es público. Nadie tiene por qué saber si he confesado o no. Yo no debo comulgar, pero el cura no puede negarme la comunión si yo me acerco en la Misa.

Imaginaos que no sólo he pecado, sino que lo he hecho públicamente, por ejemplo, calumniando públicamente a mi párroco. Pues, en este caso, el cura no puede darme la comunión hasta que yo me retracte públicamente porque el pecado ha sido público. Si yo me pongo en la fila de la comunión, el cura debe negarse a dármela hasta que yo me retracte públicamente.

Como el matrimonio civil es un asunto público, igual que la convivencia en pecado, el sacerdote debe negar la comunión a las personas que hayan obtenido el divorcio y estén conviviendo maritalmente con otra.

Aquí surge un problema: en la sociedad actual, ¿quién conoce a cada uno de sus feligreses? No me cabe la menor duda de que seguramente yo haya dado la comunión a muchos divorciados que se han vuelto a casar porque no les conozco y no sé la situación en la que vive cada uno de mis feligreses.

Desde luego, no están excomulgados, no pueden comulgar porque no viven conforme al Evangelio, pero siguen siendo hijos de la Iglesia. Lo único que deberían hacer es convertirse y vivir conforme a la verdad de sus vidas y así podrían acceder a los sacramentos. Del mismo modo que si yo paso absolutamente de mi párroco y le denigro públicamente, como condición para la absolución deberían ponerme que me retracte públicamente y sólo después podrían absolverme y darme la comunión.

¿Cómo debe tratar la Iglesia a estas personas?

Una persona que se ha divorciado y se ha vuelto a casar no está excomulgado, es un hijo de la Iglesia. Bien mirado, ¿cuántas personas viven hoy en pecado? Celebras un matrimonio o un funeral y muchísimas personas no comulgan porque saben que están en pecado y no se ha confesado. Muchos no van a Misa el domingo, alguno pone los cuernos a su mujer o a su marido; otros se han peleado con sus hermanos por una herencia; unos pocos roban en sus trabajos y se aprovechan de sus empleados.... ¿Por qué íbamos a tratar de otro a estos pobres divorciados vueltos a casar?

La Iglesia trata con amor de Madre a cada uno de su hijos y vela de un modo muy especial por quienes más lo necesitan. Estas personas tienen derecho y obligación de rezar, de ir por algún grupo a recibir formación, tienen que seguir yendo a Misa aunque no puedan comulgar porque no pueden recibir la absolución. Pueden también participar en actividades de la Iglesia públicamente, no son apestados. Incluso algunos tratan de confesarse sabiendo que el cura no les puede dar la absolución... Están deseando recibir a Dios, pero no tienen fuerzas para cambiar de situación.

En muchos casos son situaciones dolorosísimas, aman realmente a la persona con la que conviven y viven una situación extremadamente forzada. No entienden por qué Dios no les permite comulgar y tienen grandes tentaciones de echarle la culpa a la Iglesia, pensando que una cosa es Dios y otra las normas de la Iglesia.

Habrá que acompañarles, alentarles y sostenerles, rezar por ellos y muy importante no engañarles con soluciones fáciles, pero sin juzgarles. ¡Yo no sé cómo actuaría en su situación! Lo único que sé es que la Verdad se puede mostrar con muchísimo cariño y comprensión. La verdad y la caridad van de la mano. Una mentira fácil con el pretexto de la caridad y la comprensión es una falta gravísima contra la lealtad a esas personas que tienen derecho a conocer la verdad de su situación y unas palabras dichas de un modo duro y severo, rompen la verdad que pudieran contener y se transforman en una mentira brutal.

¿Cómo salir de esta situación?

Con el evangelio, aceptando la liberación que sólo Dios puede traernos y viviendo conforme a la verdad. En muchos casos, sólo dejando a la mujer o el hombre con el que convives puede hacer que caigan las razones por las que no puedes recibir la absolución. cuando decides abandonar tu pecado y vivir conforme a la verdad que Dios te revela.

El algunas ocasiones, si tienes hijos con esa persona que no es tu cóyuge, por el bien de los hijos se acepta que sigáis conviviendo, pero abandonando cualquier conducta marital. Esto es, que no durmáis en la misma cama y que decidáis no volver a uniros carnalmente. ¿Por qué se permite esto? Por el bien de los hijos, que tienen derecho a convivir en un hogar con sus padres. La Iglesia considera muy importante a los niños, aunque en aras de una supuesta libertad al estado de derecho español actual le importa bastante poco que los niños ya no tengan familia, ni hogar cuando sus padres se divorcian. La Iglesia prefiere que te expongas a pecar (conviviendo con esa persona que no es tu cónyuge) con tal de que los hijos que tenéis en común puedan disfrutar de la propia familia y del propio hogar. La Iglesia sí sabe amar y dar importancia a lo que la tiene. Si te acuestas con esa persona tendrás que confesarte porque no es tu cónyuge, pero si decidís vivir la verdad de vuestra relación (no estáis casados y por eso no tenéis derecho sobre el otro) podéis convivir por el bien de los hijos.

Hay alguna otra razón grave para aceptar esa situación, como puede ser la imposiblidad de acceder a otra casa.

En todo, se exige el querer vivir al modo de Dios. Aceptando la ley divina sobre el matrimonio y la familia y aceptando la verdad de tu vida.

Pero ¡qué difícil es no engañarse ni ponerse excusas!, ¿verdad?

Espero haber contestado a las preguntas que me habéis formulado estos días, aunque me ha salido pelín largo he resumido cuanto he podido, aún a riesgo de simplificar demasiado una realidad muy compleja.

Un fuerte abrazo para todos.

martes, 5 de junio de 2012

La "peazo" homilía del santo Padre en el EMF de Milán 2012




Celebración Eucarística. Parque de Bresso.

Domingo 3 de junio de 2012

Venerados hermanos, Ilustres autoridades, Queridos hermanos y hermanas

Es un gran momento de alegría y comunión el que vivimos esta mañana, con la celebración del sacrificio eucarístico. Una gran asamblea, reunida con el Sucesor de Pedro, formada por fieles de muchas naciones. Es una imagen expresiva de la Iglesia, una y universal, fundada por Cristo y fruto de aquella misión que, como hemos escuchado en el evangelio, Jesús confió a sus apóstoles: Id y haced discípulos a todos los pueblos, “bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28, 18-19). Saludo con afecto y reconocimiento al Cardenal Angelo Scola, Arzobispo de Milán, y al Cardenal Ennio Antonelli, Presidente del Pontificio Consejo para la Familia, artífices principales de este VII Encuentro Mundial de las Familias, así como a sus colaboradores, a los obispos auxiliares de Milán y a todos los demás obispos. Saludo con alegría a todas las autoridades presentes. Mi abrazo cordial va dirigido sobre todo a vosotras, queridas familias. Gracias por vuestra participación.

En la segunda lectura, el apóstol Pablo nos ha recordado que en el bautismo hemos recibido el Espíritu Santo, que nos une a Cristo como hermanos y como hijos nos relaciona con el Padre, de tal manera que podemos gritar: “¡Abba, Padre!” (cf. Rm 8, 15.17). En aquel momento se nos dio un germen de vida nueva, divina, que hay que desarrollar hasta su cumplimiento definitivo en la gloria celestial; hemos sido hechos miembros de la Iglesia, la familia de Dios, “sacrarium Trinitatis”, según la define san Ambrosio, pueblo que, como dice el Concilio Vaticano II, aparece “unido por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (Const. Lumen gentium, 4). La solemnidad litúrgica de la Santísima Trinidad, que celebramos hoy, nos invita a contemplar ese misterio, pero nos impulsa también al compromiso de vivir la comunión con Dios y entre nosotros según el modelo de la Trinidad. Estamos llamados a acoger y transmitir de modo concorde las verdades de la fe; a vivir el amor recíproco y hacia todos, compartiendo gozos y sufrimientos, aprendiendo a pedir y concerder el perdón, valorando los diferentes carismas bajo la guía de los pastores. En una palabra, se nos ha confiado la tarea de edificar comunidades eclesiales que sean cada vez más una familia, capaces de reflejar la belleza de la Trinidad y de evangelizar no sólo con la palabra. Más bien diría por “irradiación”, con la fuerza del amor vivido.

La familia, fundada sobre el matrimonio entre el hombre y la mujer, está también llamada al igual que la Iglesia a ser imagen del Dios Único en Tres Personas. Al principio, en efecto, “creó Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: ‘Creced, multiplicaos’” (Gn 1, 27-28). Dios creó el ser humano hombre y mujer, con la misma dignidad, pero también con características propias y complementarias, para que los dos fueran un don el uno para el otro, se valoraran recíprocamente y realizaran una comunidad de amor y de vida. El amor es lo que hace de la persona humana la auténtica imagen de la Trinidad, imagen de Dios. Queridos esposos, viviendo el matrimonio no os dais cualquier cosa o actividad, sino la vida entera. Y vuestro amor es fecundo, en primer lugar, para vosotros mismos, porque deseáis y realizáis el bien el uno al otro, experimentando la alegría del recibir y del dar. Es fecundo también en la procreación, generosa y responsable, de los hijos, en el cuidado esmerado de ellos y en la educación metódica y sabia. Es fecundo, en fin, para la sociedad, porque la vida familiar es la primera e insustituible escuela de virtudes sociales, como el respeto de las personas, la gratuidad, la confianza, la responsabilidad, la solidaridad, la cooperación. Queridos esposos, cuidad a vuestros hijos y, en un mundo dominado por la técnica, transmitidles, con serenidad y confianza, razones para vivir, la fuerza de la fe, planteándoles metas altas y sosteniéndolos en la debilidad. Pero también vosotros, hijos, procurad mantener siempre una relación de afecto profundo y de cuidado diligente hacia vuestros padres, y también que las relaciones entre hermanos y hermanas sean una oportunidad para crecer en el amor.

El proyecto de Dios sobre la pareja humana encuentra su plenitud en Jesucristo, que elevó el matrimonio a sacramento. Queridos esposos, Cristo, con un don especial del Espíritu Santo, os hace partícipes de su amor esponsal, haciéndoos signo de su amor por la Iglesia: un amor fiel y total. Si, con la fuerza que viene de la gracia del sacramento, sabéis acoger este don, renovando cada día, con fe, vuestro “sí”, también vuestra familia vivirá del amor de Dios, según el modelo de la Sagrada Familia de Nazaret.

Queridas familias, pedid con frecuencia en la oración la ayuda de la Virgen María y de san José, para que os enseñen a acoger el amor de Dios como ellos lo acogieron. Vuestra vocación no es fácil de vivir, especialmente hoy, pero el amor es una realidad maravillosa, es la única fuerza que puede verdaderamente transformar el cosmos, el mundo. Ante vosotros está el testimonio de tantas familias, que señalan los caminos para crecer en el amor: mantener una relación constante con Dios y participar en la vida eclesial, cultivar el diálogo, respetar el punto de vista del otro, estar dispuestos a servir, tener paciencia con los defectos de los demás, saber perdonar y pedir perdón, superar con inteligencia y humildad los posibles conflictos, acordar las orientaciones educativas, estar abiertos a las demás familias, atentos con los pobres, responsables en la sociedad civil. Todos estos elementos construyen la familia. Vividlos con valentía, con la seguridad de que en la medida en que viváis el amor recíproco y hacia todos, con la ayuda de la gracia divina, os convertiréis en evangelio vivo, una verdadera Iglesia doméstica (cf. Exh. ap. Familiaris consortio, 49).

Quisiera dirigir unas palabras también a los fieles que, aun compartiendo las enseñanzas de la Iglesia sobre la familia, están marcados por las experiencias dolorosas del fracaso y la separación. Sabed que el Papa y la Iglesia os sostienen en vuestra dificultad. Os animo a permanecer unidos a vuestras comunidades, al mismo tiempo que espero que las diócesis pongan en marcha adecuadas iniciativas de acogida y cercanía.

En el libro del Génesis, Dios confía su creación a la pareja humana, para que la guarde, la cultive, la encamine según su proyecto (cf. 1,27-28; 2,15). En esta indicación de la Sagrada Escritura podemos comprender la tarea del hombre y la mujer como colaboradores de Dios para transformar el mundo, a través del trabajo, la ciencia y la técnica. El hombre y la mujer son imagen de Dios también en esta obra preciosa, que han de cumplir con el mismo amor del Creador. Vemos que, en las modernas teorías económicas, prevalece con frecuencia una concepción utilitarista del trabajo, la producción y el mercado. El proyecto de Dios y la experiencia misma muestran, sin embargo, que no es la lógica unilateral del provecho propio y del máximo beneficio lo que contribuye a un desarrollo armónico, al bien de la familia y a edificar una sociedad justa, ya que supone una competencia exasperada, fuertes desigualdades, degradación del medio ambiente, carrera consumista, pobreza en las familias. Es más, la mentalidad utilitarista tiende a extenderse también a las relaciones interpersonales y familiares, reduciéndolas a simples convergencias precarias de intereses individuales y minando la solidez del tejido social.

Un último elemento. El hombre, en cuanto imagen de Dios, está también llamado al descanso y a la fiesta. El relato de la creación concluye con estas palabras: “Y habiendo concluido el día séptimo la obra que había hecho, descansó el día séptimo de toda la obra que había hecho. Y bendijo Dios el día séptimo y lo consagró” (Gn 2,2-3). Para nosotros, cristianos, el día de fiesta es el domingo, día del Señor, pascua semanal. Es el día de la Iglesia, asamblea convocada por el Señor alrededor de la mesa de la palabra y del sacrificio eucarístico, como estamos haciendo hoy, para alimentarnos de él, entrar en su amor y vivir de su amor. Es el día del hombre y de sus valores: convivialidad, amistad, solidaridad, cultura, contacto con la naturaleza, juego, deporte. Es el día de la familia, en el que se vive juntos el sentido de la fiesta, del encuentro, del compartir, también en la participación de la santa Misa. Queridas familias, a pesar del ritmo frenético de nuestra época, no perdáis el sentido del día del Señor. Es como el oasis en el que detenerse para saborear la alegría del encuentro y calmar nuestra sed de Dios.

Familia, trabajo, fiesta: tres dones de Dios, tres dimensiones de nuestra existencia que han de encontrar un equilibrio armónico. Armonizar el tiempo del trabajo y las exigencias de la familia, la profesión y la paternidad y la maternidad, el trabajo y la fiesta, es importante para construir una sociedad de rostro humano. A este respecto, privilegiad siempre la lógica del ser respecto a la del tener: la primera construye, la segunda termina por destruir. Es necesario aprender, antes de nada en familia, a creer en el amor auténtico, el que viene de Dios y nos une a él y precisamente por eso “nos transforma en un Nosotros, que supera nuestras divisiones y nos convierte en una sola cosa, hasta que al final Dios sea ‘todo para todos’ (1 Co 15,28)” (Enc. Deus caritas est, 18). Amén.

viernes, 1 de junio de 2012

Y Jesús maldijo la higuera...


Hoy, en el evangelio, Jesús maldecía una higuera por no tener fruto, a pesar de que "no era tiempo de higos".

¡Qué malo es el Señor!, mira que maldecir una higuera... Cuando no era tiempo de higos, ¡nada más y nada menos!

Los verdes se tiran de los pelos, ¿pero quién se ha creído este Dios?

Un profesor de Sagrada Escritura, a quien mucho le escandalizaba este texto, decía: "¿Cómo va Cristo a mladecir una higuera?", "¡No puede ser!", "Hay que explicarlo de otro modo..." Y entonces se sacaba de la manga el muy manido "sustrato arameo" de los evangelios y nos adoctrinaba al respecto...

"En verdad, es una parábola. Si coges esta palabra aramea, en vez de esta otra griega... al final, da como resultado que efectivamente la Biblia me da la razón a mí, en vez de a siglos y siglos de tradición eclesial..."

Muy científico eso de dejarnos llevar por un prejuicio.

Es cierto que en el Nuevo Testamento hay un sustrato arameo. Se cree que el primer evangelio de Mateo se escribió en esa lengua, a pesar de que se perdió y ese texto es más parecido al actual evangelio de San Marcos, que a la versión griega de Mateo. Si es que Mateo pretendió alguna vez escribir en arameo, en vez de en la lengua que más podían entender los judíos del imperio romano, esto es el griego... En fin, puede ser que hubiera un texto en arameo, pero también puede ser que no lo hubiera. La llamada "escuela de Madrid", así lo pretende.

En general, no importa demasiado, lo cierto es que los evangelistas, salvo Lucas, son de origen arameo y aunque escribieran en griego, debían intentar traducirlo del arameo, por eso escriben con un estilo tan pobre, pues el griego no lo dominan. Y se pueden apreciar ciertas interpretaciones distintas a las habituales si nos dejamos llevar por ese posible sustrato arameo en los textos más difíciles de los evangelios.

Todo esto, simplemente, es un intento de hacer ver que no podemos manipular la Escritura. Hay veces, que un texto de las Sagradas Escrituras puede turbarnos y podemos no entenderlo. Bien, habrá que buscar el mejor modo de interpretarlo, pero eso no quiere decir que consigamos hacer decir a Dios lo que queremos nosotros, manipulando los textos. Seamos serios...

Jesús tenía hambre y buscó higos en la higuera y al no encontrarlos la maldijo, ¿por qué? Porque quería darnos una lección. ¡Cuántas veces nos escudamos en que no tenemos tiempo o que son unas circunstancias muy malas para hacer lo que Dios nos pide! Estamos en septiembre y hoy todos los jóvenes pretenden no rezar, faltar a sus grupos de formación e incluso no ir a Misa porque es una época muy mala y tienen que estudiar. Muy parecido a lo que diría la higuera: "Señor, no me da tiempo de darte higos, ven en otro momento. Son circunstancias muy malas... No busques lo que no puedo darte".

El hecho es que Jesús no obtuvo el fruto que buscaba y en vez de tener "sentido común" maldijo a la higuera, ¡cuando objetivamente ésta no podía dar higos!.

¿Qué lección podemos sacar? Muy sencillo, igual que un profesor aplasta un bicho para dar una lección a sus alumnos, Jesús secó de raíz una higuera para mostrarnos lo que nos pasa cuando buscamos excusas.

Se dice: "Las excusas son como el culete, todo el mundo tiene una". También se dice: "Tienes muchas razones... pero no tienes razón". Esto es, podemos buscar muchas excusas. Nunca va a ser el tiempo favorable, pero si Dios te pide algo, dáselo.

Cuántas veces nos encontramos con personas que no se confirmaron cuando eran jóvenes porque tenían exámenes y nos les daba tiempo, esperaron a la universidad y cada vez tenían menos tiempo. "Cuando me case", decían entonces y luego se les complicó la vida. "No, cuando mis hijos sean mayores" y Dios les dió nietos y nunca hicieron lo que sabían que tenían que hacer.

La vida es muy complicada y nunca tenemos tiempo, es cierto, pero hay cosas que tenemos que hacer aunque no haya tiempo. ¡Cuánta gente vive seca porque siempre están retrasando lo que tienen que hacer pensando que algún día será más fácil!. Menudo engaño.

P.D.- No seas imbécil (literalmente, sin báculo, sin apoyo, sin cordura) y haz hoy eso que Dios te está pidiendo. El mañana, quién sabe si llegará... 

Si te interesa la Escritura vamos a comenzar varios ciclos de entradas: primero unas contemplaciones del Evangelio y más adelante colgaremos debates de cuestiones discutidas...